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ISSN 1989-4163

NUMERO 03 - JUNIO 2009

 

El Olvido que Seremos

Gabriel Rodríguez

                En la mitología literaria clásica hay dos aproximaciones a las relaciones entre padres e hijos. La primera que viene a la cabeza es el Edipo de Sófocles. El conflicto se solventa por las bravas: Edipo mata a su padre y se acuesta con su madre. La solución no parece tan brutal si se valora la segunda aproximación: Saturno devora a sus hijos (dándole otra vuelta al asunto, también es comprensible que lo haga en aras de evitar que sus hijos den buena cuenta de él, tal y como hizo Edipo).

            Los ejemplo del conflicto son numerosos: desde la resentida Carta al padre de Kafka hasta la cáustica Padres e hijos de Tuguenev o las interioridades de los Amis. Pero en todos aparece ese conflicto. ¿Cómo se puede plantear entonces la relación sin conflicto? ¿Cómo se puede escribir sobre un padre que no te devora pero al cual tú tampoco tiene intención de liquidar?

            Imagino que esas son las preguntas que Héctor Abad Faciolince se debe de haber estado haciendo durante muchos años. Supongo también que comenzó a escribir El olvido que seremos, física o mentalmente, infinidad de veces, tal vez, cada día de su vida desde que su padre fue asesinado en el centro de Medellín.

            Faciolince cuenta una historia tan sencilla como fascinante. Es la historia de su padre y la vez su propia historia. Tan sólo es la historia de un padre y un hijo que se quieren; y en la que el lector acabará también por quererlos a ambos, al padre y al hijo.

            El retrato que Faciolince hace de su padre, el médico Héctor Abad, es de un hombre bueno en el sentido que Machado le da al término (“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”). Un hombre que ama el arte y a los seres humano de toda condición en un país rebosante de tarugos (como casi todos). Pero Héctor Abad no es perfecto. Conserva ciertos prejuicios, comunes en su época y su obstinación le hacen ser algo ingenuo. Todo eso es lo que le hace de verdad humano.

            Este libro es el mejor regalo que Faciloince le pudo hacer a Héctor Abad. Sin sonar melindroso ni afectado, hace que el lector sienta que de verdad conoció al hombre bueno que fue Héctor Abad. Y lucha así, a lo largo de casi trescientas páginas, contra el desolador verso de Borges:

            Ya somos el olvido que seremos

El Olvido que Seremos
 

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